Por Periódico El Pueblo
junio 19, 2020
Prisioneros de guerra, combatientes del Ejército Popular de Liberación, cantan La Internacional frente a la bandera roja con la hoz y el martillo que ondea en lo alto de la prisión de El Frontón, durante la rebelión del 18 de junio de 1986.
Mantener en alto las banderas de la revolución en todo momento y en toda circunstancia
El 19 de junio es conmemorado por el Movimiento Comunista Internacional (MCI) como el Día de la Heroicidad. Instaurado inicialmente por el Partido Comunista del Perú para conmemorar el genocidio de los prisioneros de guerra ocurrido en 1986, actualmente numerosos partidos y organizaciones revolucionarias lo han tomado para levantar el heroísmo de quienes se mantienen luchando incansablemente por mantener en alto las banderas de la revolución, aún en las peores condiciones de prisión y tortura.
La década de 1980 significó para el MCI el desarrollo de una nueva ola de la revolución mundial con el desarrollo de la guerra popular en el Perú. Desde fines de la década de 1950, la extinta URSS se desenvolvía como socialimperialismo, es decir, socialista de palabra, imperialista en los hechos, mientras que en la República Popular China se había restaurado el capitalismo con un golpe de estado contrarrevolucionario tras la muerte del presidente Mao Tsetung. En ese contexto, el imperialismo estadounidense tuvo espacio para desenvolverse desenfrenadamente en los terrenos económico, político y militar. En América Latina, los movimientos de lucha armada en Nicaragua, El Salvador y otros países se vieron limitados por problemas ideológicos y políticos, al tiempo que las masas populares en la mayoría de los países se esforzaban por luchar contra dictaduras militares fascistas instauradas bajo control estadounidense.
En el Perú, en cambio, el Presidente Gonzalo supo conducir correctamente la reconstitución del Partido Comunista, retomando y desarrollando las sólidas bases revolucionarias de su fundador, José Carlos Mariátegui. Aplicando el maoísmo a la revolución en el Perú, realizó aportes de validez universal para los comunistas en el mundo, según lo han venido reconociendo diversos partidos y organizaciones maoístas a nivel internacional.
Los años transcurridos desde el inicio de la guerra popular en 1980, en la forma de guerra de guerrillas, llevaron a un despliegue de la lucha guerrillera en 1980 y 1981, y al surgimiento de Comités Populares, forma de nuevo poder en manos de los obreros, campesinos y la pequeña-burguesía en las bases de apoyo. Los años siguientes se dieron en lucha abierta contra el Estado peruano por la defensa, desarrollo y construcción de las bases de apoyo y la expansión e intensificación de la guerra popular en todo el país.
Frente al enorme prestigio que alcanzaba la guerra popular en las masas pobres del Perú, especialmente en el campo, pero también en las ciudades, el Estado reaccionario desató su guerra contrarrevolucionaria utilizando a la policía, bajo supervisión y asesoría directa del imperialismo yanqui y sus unidades “anti-terroristas”, las que aplicaron como método de “combate” las detenciones masivas, torturas, violaciones y asesinatos, siguiendo a política de “robar todo, quemar todo y matar a todos”. Las masas populares dirigidas por el Partido derrotaron humillantemente todos los operativos policiales, lo cual levantó la desesperación de las clases reaccionarias.
Un documento de Socorro Popular del Perú de 1987 dice: “Ante la derrota de las fuerzas policiales y principalmente por el surgimiento del Nuevo Poder, el gobierno de Belaúnde dispuso la intervención de las Fuerzas Armadas reaccionarias y se les encomendó el restablecimiento del orden público y por ende el aplastamiento de la guerra popular. Así, con el ingreso de las Fuerzas Armadas bajo el gobierno de Belaúnde y posteriormente de Alan García han desatado, contando con el apoyo de las fuerzas policiales, el terror blanco en campo y ciudad aplicando sus planes de utilizar masas contra masas; pero al fracasar también este plan recurrieron al genocidio y dentro de él las desapariciones llegando hasta mayo de 1986 a ocho mil setecientos (8.700) peruanos que han sido asesinados en la forma más vil y siniestra; siendo cuatro mil setecientos (4.700) asesinados, muchos de ellos encontrados en las fosas comunes y cuatro mil desaparecidos (4.000). Son ocho mil setecientos hijos de las masas más pobres y explotadas, del campesinado principalmente y de los barrios y barriadas. A más de continuar con la persecución, detención, torturas y encarcelamientos de los prisioneros de guerra en siniestros campos de concentración, habiendo llegado hasta el genocidio de exterminio el 19 de junio de 1986”.
La guerra popular transformó las cárceles en Luminosas Trincheras de Combate
Hacia 1986 eran varios miles los combatientes populares encarcelados en el Perú. Ejército y policía se ensañaban con los prisioneros debido a las humillaciones que sufrían en combate, recluyéndolos en calabozos inmundos, negándoles los derechos que la propia ley dispone a los prisioneros, sometiéndolos a las más brutales torturas físicas y psicológicas para intentar vanamente quebrar su moral y hacerles firmar declaraciones autoinculpatorias. Luego, eran trasladados a recintos convertidos en verdaderos campos de concentración, donde se imponían trabas para que sus familiares les visitaran y llevaran alimentos, sometiéndolos a revisiones humillantes, como parte de una política de aislamiento y aniquilamiento.
Los prisioneros de guerra, combatientes del Ejército Guerrillero Popular, sin embargo, mantenían una alta moral en prisión. Mantuvieron allí su disciplina combatiente y organización, considerando que no dejaban de luchar por la revolución aún en esas condiciones. Los prisioneros de guerra consideraban de esa forma que las prisiones no eran sino “luminosas trincheras de combate”.
El 23 de diciembre de 1982 en la prisión de El Frontón, los prisioneros de guerra se atrincheraron durante cinco días sin agua, ni luz, ni alimentos resistiendo una requisa de los guardias, pues estaban conscientes que significaba robo y masacre. Esta lucha terminó arrancando además el restablecimiento de las visitas de los familiares, que habían sido suspendidas por quince días.
En los penales de El Frontón, Lurigancho y El Callao se dio una lucha coordinada entre el 13 y 16 de julio de 1985, logrando un Acta de 24 puntos entre los que se reconocía su condición de “presos especiales”, como un paso al reconocimiento de prisioneros políticos, además del derecho a la autoadministración de sus espacios y alimentos y a vivir separados del resto de la población penal.
Los prisioneros mantenían además el trabajo de movilizar, politizar y organizar a sus propios familiares y a los otros prisioneros, y trabajaban en la fabricación de artesanías y verdaderas obras de arte al interior de los penales para obtener dinero y no ser una carga para el pueblo.
Decía Socorro Popular en este mismo documento: “Así, mediante luchas los prisioneros de guerra transformaron las negras mazmorras de la reacción en luminosas trincheras de combate donde flameaban las banderas rojas con la hoz y el martillo; trincheras que fueron destruidas con el monstruoso genocidio de exterminio del 19 de junio”.
Las ruinas del Penal de El Frontón muestran la magnitud de la masacre tras el ataque militar de la armada peruana.
El genocidio del 19 de junio
El Acta de 24 puntos fue desconocida con el ingreso del gobierno aprista de Alan García, quien desató un genocidio en la prisión de Lurigancho en octubre de 1985, con un saldo de 30 prisioneros asesinados y más de 200 heridos. Tras una nueva lucha en los penales se firmó una nueva Acta de Ratificación que no terminó con las golpizas sistemáticas, persecuciones y amenazas a los familiares y abogados defensores y planes de traslado de los prisioneros de guerra, todas represalias frente al avance de la guerra popular por todo el país.
Frente al nuevo genocidio que se estaba preparando, en defensa de la revolución y de sus vidas, el 18 de junio de 1986 los prisioneros de guerra de El Frontón, Lurigancho y El Callao se levantaron en rebelión demandando 26 reivindicaciones, que no eran sino el respeto a las actas de 1985. Desde las 6 am tomaron rehenes y exigieron la solución de las demandas pidiendo la formación de una comisión integrada por autoridades, familiares y sus abogados, lo cual es negado “por la orden del Consejo de Ministros presidido por Alan García que dispuso el aplastamiento de la rebelión por las Fuerzas Armadas, a cuya dirección se sujetarían las Fuerzas Policiales”.
Tras resistir un día entero, el genocidio se desató el día 19 de junio. Según describe el Movimiento Popular Perú: “El ejército fue el encargado de desatar el genocidio en Lurigancho […] habiendo bombardeado con granadas de guerra, explosivos y bazucas el Pabellón Industrial para posteriormente rematar a los heridos y fusilar a los sobrevivientes que según el propio Alan García habrían sido 100, los que fueron desnucados, atravesados con bayoneta y cercenados. En el Callao la encargada fue la Fuerza Aérea y bajo su mando la Guardia Republicana; con explosivos y baleamientos tomaron el control del penal asesinando a 2 prisioneras de guerra y masacrando a las sobrevivientes, para luego secuestrarlas y llevarlas a la cárcel de varones de Cachiche por un mes y, posteriormente, a Canto Grande. En el Frontón, se consumó una siniestra venganza de la Marina de Guerra habiendo atacado con cañones, explosivos, bazucas, FAL, granadas de guerra, por aire, mar y tierra; no pudiendo tomar el control hasta después de 20 horas por la feroz resistencia librada por los prisioneros de guerra, pese a encontrarse en condiciones muy inferiores; para después ensañarse con los heridos y cadáveres, dejando el Pabellón Azul reducido a nada, destruyéndolo totalmente, luego de haber secuestrado a más de sesenta (60) y fusilado un número indeterminado de prisioneros de guerra. Sólo quedaron treintaicinco (35) sobrevivientes reconocidos. En total en las tres LTC doscientos cincuenta asesinados (250)”.
Las banderas de la guerra popular en Perú nunca se han arriado
El genocidio del 19 de junio puso al desnudo la desesperación del gobierno aprista para aplastar la guerra popular en Perú y resultó en un triunfo político, militar y moral a la revolución, que se plasma en la conmemoración del Día de la Heroicidad. Desde entonces, la guerra popular en el Perú se desarrolló incesante hasta la captura del Presidente Gonzalo y el Comité Central del PCP en 1992.
Cuando el Presidente Gonzalo fue presentado ante la prensa el 24 de septiembre de ese año dio un discurso tras las rejas que aún resuena: “Vivimos momentos históricos, cada uno debe estar claro de que es así. No nos engañemos. ¡Debemos en estos momentos poner en tensión todas las fuerzas, para enfrentar las dificultades y seguir cumpliendo con nuestras tareas, y conquistar las metas, los éxitos, la victoria! ¡Eso hay que hacer!”.
La guerra popular en Perú entró en un “recodo”, un momento difícil que hasta el día de hoy concentra los esfuerzos de sus militantes en reorganizar el Partido, combatir a los revisionistas capituladores y dar un nuevo impulso a la guerra popular sobre la base de los acuerdos partidarios y el pensamiento gonzalo. El Presidente Gonzalo, jefatura del PCP y de la Revolución peruana, fue condenado a varias cadenas perpetuas y se encuentra en condición extraordinaria de completo aislamiento desde su detención. Es actualmente el prisionero político más importante del mundo. Su ejemplo de aplicación del maoísmo a la Revolución en el Perú entrega lecciones universales para los revolucionarios de todo el mundo que hoy vienen siendo estudiadas y retomadas por los revolucionarios de los más diversos países en el mundo.
En esta nueva conmemoración del Día de la Heroicidad levantamos un saludo al Presidente Gonzalo y reclamamos la defensa de su salud y su vida. Que el ejemplo de la guerra popular en el Perú ilumine también a los combatientes y prisioneros políticos de todo el mundo para mantener en alto las banderas de la revolución en todo momento, y en toda circunstancia.
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